«¡Pásamela! ¡Pásamela! ¡eeeeeeeeeeeeeeeeeeeeh tio! ¡que estoy solo!» y mientras Alejandrito se queda afónico su ‘amigo’ Dani piensa en como devolverle la jugarreta del otro día (¡¡¡se le comió su último espiral de regaliz!!!).

El parque es un paraje lleno de aventuras, siempre y cuando mamá no esté mirando: tirarse por el tobogán de cabeza y bocaarriba, arrancar el césped para comprobar si hay lombrices, tirarse globos de agua, subirse en el balancín hasta echar la merienda (es que la bulimia se aprende de pequeño), perseguir a los perros…

¡Perros! esa es la solución… Sin que Alejandrito le vea, Dani localiza el árbol preferido del pastor alemán que desde hace una semana sufre problemas estomacales (después de una semana todos los visitantes del parque se han dado cuenta y se alejan en lo posible del árbol).

«Voy a sacar un corner… ese árbol será el banderín, a ver si consigues rematar!» Alejandrito cree que al fin se compensará su afonía y se coloca frente al banco que hace de portería.

Dani coloca cuidadosamente el balón en el hueco del árbol del pastor alemán. (vamos con cuidado que quede sobre el regalo del perro y con cuidado de no mancharse sus deportivas de marca nueva que tanto le ha costado a su madre comprar _como le repite una y otra vez_). Coge carrerilla y chuta.

Emocionado Alejandrito prueba a hacer un remate de cabeza, salta todo lo que le permiten sus fuerzas pero sólo llega a rozar el balón con la frente y salé rebotado directo a la nueva camiseta de María (la niña a la que Dani le tira de las coletas para llamar su atención esperando que ella entienda que eso significa ¿quieres ser mi novia? _estos chicos… nunca cambian_).

Dani se ha quedado sin espiral, Alejandrito ni se ha manchado y María está llorando escondida en el portal llamando a su mamá y diciendole que «ya no te quiero más».

Resultado: 0-3